Aparecieron los Títulos (de los egresados, no los de nobleza) y eso trae bastante alivio. A menos de una semana de distribuido el mail de reclamo se anunció que la documentación está firmada y se van a entregar en el acto de colación.
Voy a omitir comentar el tono del reclamo porque ya se escribió bastante, con intervenciones mías y de Guille Ricca, aclaraciones y pedido de disculpas. Quiero reflexionar sobre una práctica que se ha convertido en normal; y no debiera ser así. Al menos en el área Educación, el gobierno actua por reflejo. Y en su descalabro burocrático-administrativo incurre en moras inadmisibles; sólo gestiona ante reclamos públicos, movilizaciones, asambleas o comunicados de prensa.
Despego de este episodio a las autoridades del Instituto, más allá de que se les pueda endilgar que no reclaman con suficiente vehemencia. Pero el problema pasa por otro lado, a mi juicio: y es que no parece viable una administración que no responde a planteos "normales" (notas, memos, pedidos por expedientes), sino ante presión. ¿Cómo se explica la ausencia de la remisión de fondos durante 7 meses, y que aparece todo junto a partir de las asambleas? ¿la falta de firma de decretos de nombramientos por casi 10 meses, o el no pago a los revalidados, que se efectivizó cuando se desarrolló el pataleo de las asambleas?
Lo que se instala, en estas circunstancias, es la metodología Discépolo, sintetizada en el título de este post. Lo que sucede es que si esas son las reglas de juego, gana el que llora/grita/reclama más fuerte, que no es siempre el que tiene la razón de su lado. Y esto desemboca siempre en un sistema profundamente injusto; más de lo que es hasta ahora.
Es lo que observo; y también creo que, si esas son las pautas de comprtamiento nuestras alternativas son, perfeccionar nuestras capacidades de llorar/gritar/reclamar o resignarnos.